En este premio hay 8 preguntas que hay que responder :
· Seis nombres por los que te conozcan: Emm... Dakota, Claudia, Clau, Kalestradir Gallego, Ben-Ibhén y Tonino (a veces)
· Tres cosas que llevas puestas ahora: Una "mañanita", una chaqueta y un pañuelo al cuello.
· Tres cosas que envidies en este momento: El valor de algunas personas para dar un paso importante, la fuerza de voluntad de otros para superar los obstáculos, y en general más bien, a las personas que logran hacer sus sueños realidad (pero es una envidia sana ¿ehh?)
· Tres cosas que hiciste anoche, ayer y hoy : Anoche comer pipas, cenar una pera verde y pensar en mi vida. Ayer visitar el Palacio de Dávalos con una asociación cultural, ir a un cumpleaños y pasar ffrííoo. Y hoy ir a catequesis, tomar una decisión de mi vida y comprarme unos pendientes.
· Dos cosas que comiste hoy: Migas solidarias (beneficios para Haití) y dulces caseros.
· Las últimas dos presonas por las que hablaste por telefono: Mi abuelo ayer y.... esteeeee.... creo que mi abuela...
· Dos cosas que vas a hacer mañana: Despertarme y estudiar griego moderno.
· Tus tres bebidas favoritas: Gazpacho (casero), horchata y Nestea.
Y ahora hay que ''tajear'' a cinco personas:
· A Sergio O. por diversionyteatro.blogspot.com
· A Sergio V. por tardepoetica.blogspot.com
· A bibliotecagalapagos.blogspot.com
· A asabiga.blogspot.com
· A pintacontintas.blogspot.com
domingo, 21 de febrero de 2010
domingo, 7 de febrero de 2010
París, antiguo y moderno
¡Por fin me decido a escribir una nueva entrada! Como dije en la anterior, en diciembre estuvimos unos días en París con mis abuelos.
En algunas ocasiones París me recordaba al Madrid antiguo, con sus fachadas de piedra y balcones con barrotes de hierro, gente caminando aprisa los días de lluvia, coches circulando por las calles mojadas… Pero la impresión de que se parece al casco viejo de Madrid dura sólo hasta que ves el Panteón de los Hombres Ilustres, donde se hallan enterrados (entre otros) Víctor Hugo, Voltaire, Rousseau, Marat,… Colgado del punto más alto de la cúpula se halla una réplica del péndulo que construyó Foucault para demostrar la rotación de la Tierra; el original se conserva en el Museo de Artes y Oficios de esta misma ciudad.
Cuando salimos del Panteón vislumbramos la Torre Eiffel, semioculta tras jirones de nubes. Una vista que me quitó el aliento.
Subimos al Sacre Coeur (Sagrado Corazón), una Iglesia levantada en honor a los caídos en la guerra franco-prusiana.
De allí bajamos a las Galerías Lafayette, un antiguo palacio convertido modernamente en centro comercial. Después vimos, pero no entramos, la Ópera, también llamada Palacio de la Danza, que tiene pasadizos sobre balsas de agua construidos a raíz del miedo de Napoleón III a ser asesinado.
Después fuimos a ver la Madeleine, un templo en honor del ejército francés, con peristilo estilo griego y que carece por completo de signos cristianos, como cruz o campanario; eso sí, en las puertas están representados los Diez Mandamientos.
También visitamos la Sainte Chapelle (Santa Capilla), construida con forma de relicario y de estilo gótico flamígero, cuyas paredes son enteramente de vidrio, representando escenas de la Biblia.
Desde ella fuimos a Notre Dame (Nuestra Señora), donde, por cierto, no pudimos ver a ningún jorobado… ¡bromas aparte!, esta bellísima catedral gótica fue comenzada en 1163 y terminada en 1260, pero no fue inaugurada hasta el siglo XIV. Con planta de cruz, tiene 130 m. de largo, 48 m. de ancho, 35 m. de alto en la nave y 69 m. en las torres. El rosetón mide 9,60 m. de diámetro (¡impresionante!, ¿verdad?). En la torre derecha se encuentra una campana de 13.000 Kilos, llamada en la película Disney “El jorobado de Notre-Dame”: la gran Marie.
La Tour Eiffel fue sin lugar a dudas el monumento que más me gustó. Esa figura esbelta, elegante, apoyada en cuatro pilares enormes, hecha con 18.000 vigas de hierro unidas entre sí con tornillos y soldaduras, esa enmarañada y sin embargo armoniosa unión de hierro hasta llegar a la altura de 200 m. Diseñada por Gustave Eiffel, fue construida en 1889 y se mantiene inalterable con el paso de las décadas.
Subimos a lo alto de este gigante de hierro, donde soplaba un viento contra el que había que luchar para mantenerse en el sitio.
Visitamos el Museo Rodin, donde se encuentran sus famosas obras “El beso” y “Manos”; ambas desprendían una delicadeza admirable; pero sólo esas dos y alguna otra resultaban suaves, pues la mayoría eran violentas, como “El pensador” o “Las puertas del infierno”, con figuras de forzados escorzos, atormentados incluso.
Y de ahí al Museo D’Orsay, donde quedé maravillada con las esculturas allí expuestas; la perfección casi irreal de los cuerpos, la naturalidad de sus poses, es algo con lo que, por el momento, yo sólo puedo soñar cuando pinto. (Las salas de los Impresionistas estaban cerradas por reforma, así es que me conformaré con ver la exposición que hay ahora en Madrid).
Dimos un paseo en el famoso Bateaux Mouche por el Sena, una experiencia relajante y refrescante (porque no paró de llover) que me recordó al paseo que dimos en Cracovia por el río Vístula.
Cuando fuimos al Louvre, con intención de ver nada más algunas de las obras más destacadas, como la Gioconda (o Mona Lisa), nos llevamos un chasco al ver que los empleados estaban en huelga, así que nos conformamos con ver el edificio por fuera. Vimos más cosas, pero esto se alarga demasiado. Sólo ya mencionaré el Museo de Cluny, que mi hermano quiso visitar para ver los tapices de la Dama del Unicornio.
Siento que en cada viaje que hacemos vuelvo con más riqueza de conocimientos y experiencias, lo cual, en mi opinión, es una suerte inmensa que debo aprovechar al máximo. Del día a día de París me queda la impresión de que los parisinos son más bien fríos, maleducados y antipáticos en el metro y en las calles. Todo estaba muy sucio. El metro es viejo y destartalado. Pero la comida me pareció muy buena (y el aliño de las ensaladas con miel es algo que ahora repito yo a menudo). El trato más personal con ellos, sin embargo, me deja la sensación de una sana campechanería que recuerda a la aldea de Astérix.
En algunas ocasiones París me recordaba al Madrid antiguo, con sus fachadas de piedra y balcones con barrotes de hierro, gente caminando aprisa los días de lluvia, coches circulando por las calles mojadas… Pero la impresión de que se parece al casco viejo de Madrid dura sólo hasta que ves el Panteón de los Hombres Ilustres, donde se hallan enterrados (entre otros) Víctor Hugo, Voltaire, Rousseau, Marat,… Colgado del punto más alto de la cúpula se halla una réplica del péndulo que construyó Foucault para demostrar la rotación de la Tierra; el original se conserva en el Museo de Artes y Oficios de esta misma ciudad.
Cuando salimos del Panteón vislumbramos la Torre Eiffel, semioculta tras jirones de nubes. Una vista que me quitó el aliento.
Subimos al Sacre Coeur (Sagrado Corazón), una Iglesia levantada en honor a los caídos en la guerra franco-prusiana.
De allí bajamos a las Galerías Lafayette, un antiguo palacio convertido modernamente en centro comercial. Después vimos, pero no entramos, la Ópera, también llamada Palacio de la Danza, que tiene pasadizos sobre balsas de agua construidos a raíz del miedo de Napoleón III a ser asesinado.
Después fuimos a ver la Madeleine, un templo en honor del ejército francés, con peristilo estilo griego y que carece por completo de signos cristianos, como cruz o campanario; eso sí, en las puertas están representados los Diez Mandamientos.
También visitamos la Sainte Chapelle (Santa Capilla), construida con forma de relicario y de estilo gótico flamígero, cuyas paredes son enteramente de vidrio, representando escenas de la Biblia.
Desde ella fuimos a Notre Dame (Nuestra Señora), donde, por cierto, no pudimos ver a ningún jorobado… ¡bromas aparte!, esta bellísima catedral gótica fue comenzada en 1163 y terminada en 1260, pero no fue inaugurada hasta el siglo XIV. Con planta de cruz, tiene 130 m. de largo, 48 m. de ancho, 35 m. de alto en la nave y 69 m. en las torres. El rosetón mide 9,60 m. de diámetro (¡impresionante!, ¿verdad?). En la torre derecha se encuentra una campana de 13.000 Kilos, llamada en la película Disney “El jorobado de Notre-Dame”: la gran Marie.
La Tour Eiffel fue sin lugar a dudas el monumento que más me gustó. Esa figura esbelta, elegante, apoyada en cuatro pilares enormes, hecha con 18.000 vigas de hierro unidas entre sí con tornillos y soldaduras, esa enmarañada y sin embargo armoniosa unión de hierro hasta llegar a la altura de 200 m. Diseñada por Gustave Eiffel, fue construida en 1889 y se mantiene inalterable con el paso de las décadas.
Subimos a lo alto de este gigante de hierro, donde soplaba un viento contra el que había que luchar para mantenerse en el sitio.
Visitamos el Museo Rodin, donde se encuentran sus famosas obras “El beso” y “Manos”; ambas desprendían una delicadeza admirable; pero sólo esas dos y alguna otra resultaban suaves, pues la mayoría eran violentas, como “El pensador” o “Las puertas del infierno”, con figuras de forzados escorzos, atormentados incluso.
Y de ahí al Museo D’Orsay, donde quedé maravillada con las esculturas allí expuestas; la perfección casi irreal de los cuerpos, la naturalidad de sus poses, es algo con lo que, por el momento, yo sólo puedo soñar cuando pinto. (Las salas de los Impresionistas estaban cerradas por reforma, así es que me conformaré con ver la exposición que hay ahora en Madrid).
Dimos un paseo en el famoso Bateaux Mouche por el Sena, una experiencia relajante y refrescante (porque no paró de llover) que me recordó al paseo que dimos en Cracovia por el río Vístula.
Cuando fuimos al Louvre, con intención de ver nada más algunas de las obras más destacadas, como la Gioconda (o Mona Lisa), nos llevamos un chasco al ver que los empleados estaban en huelga, así que nos conformamos con ver el edificio por fuera. Vimos más cosas, pero esto se alarga demasiado. Sólo ya mencionaré el Museo de Cluny, que mi hermano quiso visitar para ver los tapices de la Dama del Unicornio.
Siento que en cada viaje que hacemos vuelvo con más riqueza de conocimientos y experiencias, lo cual, en mi opinión, es una suerte inmensa que debo aprovechar al máximo. Del día a día de París me queda la impresión de que los parisinos son más bien fríos, maleducados y antipáticos en el metro y en las calles. Todo estaba muy sucio. El metro es viejo y destartalado. Pero la comida me pareció muy buena (y el aliño de las ensaladas con miel es algo que ahora repito yo a menudo). El trato más personal con ellos, sin embargo, me deja la sensación de una sana campechanería que recuerda a la aldea de Astérix.
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